sábado, 16 de marzo de 2013

Juventud: Filosofía, política y aconfesionalismo.



Este ejercicio literario partirá de dos ópticas de lectura o interpretación de la realidad salvadoreña. La primera es ver cómo los hacedores de estas aristas o dimensiones de objetividad: filósofos, políticos y religiosos perciben / describen a la juventud; la segunda cómo las y  los jóvenes ven a estas disciplinas desde sus sistemas de ideas, conceptos y representaciones de materialidad que les circunda.

El concepto de juventud, un término que deriva del vocablo latino iuventus, permite identificar al periodo que se ubica entre la infancia y la adultez. La Organización de las Naciones Unidas (ONU)  ha definido a la juventud como la etapa que comienza a los 15 y se prolonga hasta los 25 años de vida de todo ser humano, aunque no existen límites precisos al respecto. Las mayores expectativas de vida hacen que, en ciertos aspectos, personas de 40 años sean consideradas como jóvenes o adultos jóvenes.


Sócrates, cuya madre era matrona o partera, utilizó la mayéutica como método para preguntar. En los diferentes relatos sobre la vida y obra sistematizados por Platón (Sócrates al igual que Jesús el Cristo no escribieron nada), éste último (Platón) revela el protagonismo de los jóvenes en sus diferentes diálogos­­­. Tras la derrota de Atenas a manos de Esparta, Sócrates –a quien lo relacionaban con Alcibíades, vencedor de Atenas- fue juzgado y acusado de “no honrar a los dioses que la ciudad honra, de proclamar otros, y de corromper a la juventud…” y condenado a beber la cicuta. Para Aristóteles el joven era visto como un ser inexperto y poco apto para aprender, susceptible a las pasiones, cambiante y poco serio. Friedrich Nietzsche concebía la juventud como el futuro y la posibilidad de cambiar. Ludwig Wittgenstein se refería a la filosofía como una disciplina que deforma a la juventud. Para nuestra sociedad la juventud es un problema de “viejos”.

 Los políticos ven en los jóvenes un caudal de energía que se traduce en “el motor de la maquinaria electorera y proselitista”. En otras palabras, para la clase política de este país -indistintamente del partido- la juventud es vista únicamente para fines utilitarios: no son considerados como parte del pueblo sino como  masa, a la que pueden manipular. Al respecto José Ortega y Gasset, filósofo español del siglo pasado, aborda diversos fenómenos sociales en su libro “La revolución de las masa”;  en éste aborda la llegada de las masas al pleno poderío social, las aglomeraciones de gente, la efervescencia que esto conlleva y a partir de estos hechos, analiza y describe la idea de lo que llama hombre-masa; para nuestro caso: juventud-masa. 

Para los líderes religiosos (sean estos sacerdotes o pastores) los jóvenes –por su naturaleza- pertenecen al grupo de edad más difícil de retener en el “redil”. Bertrand Russell sostiene en su texto: “Por qué no soy  cristiano” que la religión y la pertenencia a un grupo religioso tiene más una inclinación de tradición más que de convicción.

Respecto a esto último y por estar abordando un tema muy delicado, posiblemente algunos/as lectores –por no decirlo muchos/as- paren de leer el presente artículo. Aclaro que no nos estamos refiriendo al ateísmo que es una cuestión diferente al aconfesionalismo. Por ateísmo se entiende aquella doctrina u opinión que niega la existencia de Dios, propia generalmente del materialismo y el mecanicismo. En el sentido más amplio, el ateísmo es una actitud existencial que no reconoce el valor de Dios. El aconfesionalismo es la no aceptación, no inclinación,  no profesión o no pertenencia a sectas o doctrinas religiosas. Muchos países del mundo, el caso de Holanda, estiman que su población no profesa ninguna religión en un 33%.

El presente texto pretende abonar o generar la discusión sobre temas tan sensibles que la población vive pero no se atreve a abordar; considerados temas tabú o “prohibidos”.

El problema de la filosofía –en clave juvenil- es que ésta es muy abstracta, no se entiende y que los profesores y profesoras de filosofía no saben explicarla bien, ni la contextualizan en lenguaje para jóvenes. Algunos maestros inclinados en alguna de las disciplinas de la filosofía reducen la ciencia totalizadora a una disciplina; es decir si su apego es a la lógica su filosofía que enseña es un logicismo, y así sucesivamente sucede con la epistemología (epistemologicismo), ontología (ontologicismo), por citar algunas. La filosofía en lugar de generar en la juventud esa capacidad de asombro, esa avidez por pensar y explorar los diferentes problemas generacionales y de la humanidad, lo que produce es un desarraigo, un desinterés, una resistencia para abordarla. Por ello se elogia el gran esfuerzo del escritor danés Jostein Gaarder  quien interpretó en lenguaje y estilo literario juvenil la historia de la  filosofía compilada en su obra maestra “El mundo de Sofía”.


La clase politiquera y sauria de este país se debate con discursos sin sentido (diciendo una cosa y haciendo otra –pura verborrea-), hablando sobre la importancia de la juventud en los diferentes procesos políticos, pero por otro les cierra las oportunidades de asumir cargos de dirección. El hueso que ellos y ellas roen no puede ser compartido con los demás, muchos menos con generaciones predecesoras.

Este escenario nos lleva a una juventud nihilista;  el nihilismo se entiende como la negación de toda creencia y de todo principio, sea éste  religioso, político o social. La juventud de hoy día no quiere saber nada de nada. Lo anterior se traduce en ignorancia o repelencia académica, desinterés en temas políticos e inclinarse por pertenecer a alguna secta religiosa. La juventud  se debate estudiando una carrera de pregrado por cinco o más años simplemente para no encontrar trabajo. Para ella o para él este esfuerzo  es un sinsentido. Por lo tanto todas estas disciplinas son un sinsentido.

Lo que los jóvenes ven – y por no decirlo también la adultez- son grandes contradicciones en la práctica religiosa. Increíble les parece convivir en medio de iglesias, capillas, catedrales y actos litúrgicos (eucaristías, cultos, vigilias, procesiones, entre otros) y actos de violencia social. Incomprensible les parece ver por todos lados sacramentos (signos y símbolos) que evocan, provocan y convocan a conllevar una vida cristiana pero por otro lado observan la hipocresía e irrespeto de éstos.

Ante este panorama aterrador  propongo a la juventud retomar el método utilizado por la homilética (retórica que invita a la praxis social), como una pedagogía y didáctica para la vida, cuyos pilares son:
1. Una fundamentación totalizadora (para el caso de la filosofía); una formación política cuyo soporte sea la memoria histórica; y una sustentación teológica (para las vertientes religiosas).
2. Un apego al contexto de realidad (aterrizar del cielo a la tierra, del Jesús histórico a nuestras vidas, si nos decantamos por lo religioso) y
3. El magisterio de la praxis (formarnos a través de la práctica).
  
Culmino esta reflexión con un poema del escritor nicaragüense  Rubén Darío, dedicado a la juventud.

Juventud, divino tesoro,
¡Ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro…
Y a veces lloro sin querer…
¡Mas es mía el Alba de oro!

Rubén Darío, “Canción de otoño en primavera”, Cantos de vida y esperanza, VI.