Esa fue una de las preguntas que me puso en dificultades cuando apenas
tenía nueve años y cursaba el tercer grado en la única escuela que disponía uno
de los municipios del norte del departamento de La Unión. Se trataba de los
hermanos Juan y Concepción Bonilla, quienes discutían sobre el tema: el primero
sentado en un tabanco y el segundo permaneciendo, por largo tiempo, de cuclillas escribiendo no sé qué cosas con una
vara sobre la tierra.
No recuerdo cuál fue mi respuesta, lo que si puedo argumentar en la
actualidad es que fue una muy buena pregunta. Para la filosofía es más
importante la pregunta que la respuesta. Don Conce sustentaba esta idea
comparando al istmo centroamericano con los países más cercanos a los polos, en
cuanto a las cuatro estaciones del año; lo que sucede es que en el trópico no son
tan marcadas, por lo tanto son difíciles de identificarlas o reconocerlas. A
manera de ejemplo, Conce citaba que el tiempo pleno de primavera, en nuestras
tierras, coincidía con el periodo de Semana Santa.
¡Basta con observar lo floreado de las plantas, el canto de los
pájaros, la fragancia del ambiente, el comportamiento de los animales! es de
figurarse que es primavera –decía Conce-.
El clima es cálido porque el agua subterránea sube casi hasta aflorar al nivel
del suelo; las chicharras salen de la tierra después de estar en estado ninfal
por casi 15 años…después en etapa adulta se posan sobre los grandes árboles:
ceibas, amates, flores de fuego, aceitunos, conacastes… produciendo cantos
ensordecedores, apareamientos y puesta de huevos.
El estado primaveral al que hacía referencia este “empirista” (experiencia
obtenida a través de la observación) considero que era más intenso en ese
tiempo que hoy día. De igual manera sucedía con lo concerniente al ámbito
cultural -tradiciones, liturgias, sacramentos, entre otras- donde la dinámica
social era mayor y totalmente diferente que en la actualidad. Las nuevas
generaciones le han impregnado un ritmo diferente a lo que viví en mi niñez
respecto a la conmemoración de la Semana Santa (conmemorar significa traer a la memoria; es un espacio y
oportunidad para reflexionar, para analizar, para pensar, para hacer
vida…Celebrar, por el contrario, es un festejo que engrandece a una actividad,
comunidad o nación. Se celebra la misa, la independencia, los juegos
estudiantiles. Se conmemora la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús; se
conmemora la muerte de monseñor Romero; se conmemora a los mártires de la UCA,
por citar ejemplos).
Había cosas que me gustaban e impresionaban de la Semana Santa, pero
también algunas otras que no eran de mi agrado. La Semana Santa de mi época de
niñez era una combinación de ritos (costumbres o ceremonias que
siempre se repiten de la misma manera); mitos
(narraciones fabulosas e imaginarias que intentan dar una explicación no
racional a la realidad):, liturgias
o celebraciones; sacramentos (signos
sensibles de un efecto interior y espiritual que Dios obra en las almas y es
causante de gracia) y quizá también un
poco de magia.
El miércoles de ceniza es el detonante o punta de partida de esta
conmemoración; no tiene una fecha exacta en el calendario. El día en que cae
depende del día en que cae la Pascua. Es exactamente 40 días antes. Significa
lo anterior que en este periodo los días viernes estaban acompañados de una dieta basada en carne de pescado; no otro
tipo de alimentos (variaban las formas de cocinarlos: fritos, en sopa,
envueltos en masa para la zona de oriente y envueltos en huevo para el centro y
el occidente). Cada región tiene sus propias costumbres para la elaboración y
recetas de cuaresma que culminan en la víspera de la Semana Mayor.
En la Semana Santa de la época en mención, la tradición era comer,
rigurosamente, frutas de temporada en miel de panela o dulce de atado: mangos,
jocotes, plátanos. Las torrejas, marquesotes, pan de yema, semitas, salpores,
rosquillas, entre otros.
Diferentes familias se esmeraban, meses antes, en construir sus hornillas
para cocer esta variedad de panes. Primeramente preparaban el tapesco sostenido
en cuatro patas de madera. El tapesco es un nahuatismo de “tapechco” que significa tablado o cama hechos con tablas o varas
(preferentemente de bambú). Este entablado se cubría con una mezcla de barro;
se tejía la carcasa que serviría como molde del horno donde se cubriría con una
mezcla preparada con materiales locales como barro, zacate, tierra blanca y
miel de atado; este último servía como impermeabilizante y no dejaba que se
rajara la estructura con el calor.
La Semana Santa de mi niñez era reflejo de lo sagrado o sacro, se
cocinaba hasta el miércoles santo, es decir que se tenía que dejar provisión
hasta el domingo de Resurrección (sólo para calentar). No se podía correr,
subir a los árboles, no se hacía limpieza (barrer, escupir era atentar con la
imagen de Jesús), tener intimidad, fumar, tomar bebidas alcohólicas, consumir
carne a menos que no fuese de pescado. Se paralizaba la actividad productiva,
todo este tiempo era dedicado a la reflexión, no se vendían los acostumbrados
pantes de leña que era muy común en otras temporadas (pante también es nahuatismo que significa “señal” y corresponde a una unidad para la leña cuyas
medidas son 20 cuartas –de la mano- para
un lado y cinco cuartas para arriba).
La feligresía católica escuchaba por la radio las marchas de las
procesiones de la Semana Santa –así como el Vía Crucis el viernes Santo-, éstas
se difundían todo el día, también las procesiones en vivo se retransmitían en
las ondas hertzianas. La estación de radio que las pautaba todo el día era la
radio Pax, conocida como “La Sensacional”;
estación en amplitud modulada (cuyo dial no recuerdo), con sede en la
ciudad de San Miguel, bajo responsabilidad de la congregación jesuita y que
desapareció a mediados de la década de los setenta del siglo pasado, resultado
de un atentado dinamitero perpetrado por las hordas más oscuras de la derecha y
los militares de este país. También por
los pocos canales de televisión se “pasaban” todo el día las clásicas películas
de la temporada: “Jesús de Nazaret”, “Los
diez mandamientos”, Ben Hur, “El manto sagrado”, entre otras.
En la Semana Santa tampoco se podía castigar a los cipotes, esa
particularidad nos gustaba. Las “pijiadas”
en otros tiempos eran cotidianas, como que el castigarnos apagaba en nuestros
padres su situación de frustración, de impotencia, de desilusión, de fracaso,
de desesperanza, producto de las grandes calamidades económicas en que se vivía
–y aun se viven-.
La costumbre de los huevos de pascua jamás la escuché en mi época de
niñez. Le he dado seguimiento hasta mi adultez joven y tengo entendido que se
realiza en otros países cada domingo de
Pascua desde hace mucho tiempo. Muchos niños
esperan este día para disfrutar de los huevos de Pascua, ya sean de chocolate o
decorados con sorpresas adentro.
Existen algunos mitos al respecto: Antiguamente durante la cuaresma no se podía comer huevos, por lo que al llegar el domingo de Resurrección, las personas acostumbraban a regalar huevos a los vecinos. Un día una señora decidió decorarlos antes de regalarlos. Una versión con elementos infantiles es la leyenda del “Conejo de Pascua”. Cuenta esta historia que cuando metieron a Jesús al sepulcro, había dentro de la cueva un conejo escondido. El mamífero se quedó dentro de la tumba, hasta que de repente éste vio algo sorprendente: Jesús se levantó y dobló las sábanas con las que lo habían envuelto. Un ángel quitó la piedra que tapaba la entrada y Jesús salió de la cueva. El conejo comprendió que Jesús había resucitado y quiso compartirlo con todos. Pero como no podía hablar, se les ocurrió que si les llevaba un huevo pintado, ellos entenderían el mensaje de vida y alegría.
Cualquiera que sea la versión preferida de interpretar este tiempo; las tradiciones que llevamos a cabo, no hay la menor duda que la llegada de la Semana Santa es un momento de reflexión, de alegría; de igual manera sucede con la estación de primavera a la que Conce me hacía referencia y que hoy día comparto con él, que su permanencia en nuestras tierras coincide con la llegada de la Semana Mayor… ¿Alguien piensa lo contrario?
El ir a la playa es algo relativamente nuevo, esta tradición ha sido
promovida mediáticamente más como parte de la transculturización de nuestra
sociedad.
Las alfombras no podían faltar: eran muy coloridas y elaboradas de
diferentes materiales; era poco común ver alfombras de flores, pero se miraban
de vez en vez.
Existen algunos mitos al respecto: Antiguamente durante la cuaresma no se podía comer huevos, por lo que al llegar el domingo de Resurrección, las personas acostumbraban a regalar huevos a los vecinos. Un día una señora decidió decorarlos antes de regalarlos. Una versión con elementos infantiles es la leyenda del “Conejo de Pascua”. Cuenta esta historia que cuando metieron a Jesús al sepulcro, había dentro de la cueva un conejo escondido. El mamífero se quedó dentro de la tumba, hasta que de repente éste vio algo sorprendente: Jesús se levantó y dobló las sábanas con las que lo habían envuelto. Un ángel quitó la piedra que tapaba la entrada y Jesús salió de la cueva. El conejo comprendió que Jesús había resucitado y quiso compartirlo con todos. Pero como no podía hablar, se les ocurrió que si les llevaba un huevo pintado, ellos entenderían el mensaje de vida y alegría.
Cualquiera que sea la versión preferida de interpretar este tiempo; las tradiciones que llevamos a cabo, no hay la menor duda que la llegada de la Semana Santa es un momento de reflexión, de alegría; de igual manera sucede con la estación de primavera a la que Conce me hacía referencia y que hoy día comparto con él, que su permanencia en nuestras tierras coincide con la llegada de la Semana Mayor… ¿Alguien piensa lo contrario?