Este ejercicio literario partirá de dos ópticas de
lectura o interpretación de la realidad salvadoreña. La primera es ver cómo los
hacedores de estas aristas o dimensiones de objetividad: filósofos, políticos y
religiosos perciben / describen a la juventud; la segunda cómo las y los jóvenes ven a estas disciplinas desde sus
sistemas de ideas, conceptos y representaciones de materialidad que les
circunda.
El
concepto de juventud, un término que deriva del vocablo
latino iuventus, permite identificar al periodo que se ubica entre la
infancia y la adultez. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha definido a la
juventud como la etapa que comienza a los 15 y se prolonga hasta los 25 años de vida de
todo ser humano, aunque no existen límites precisos al
respecto. Las mayores expectativas de vida hacen que, en ciertos aspectos,
personas de 40
años sean consideradas como jóvenes o adultos jóvenes.
Sócrates,
cuya madre era matrona o partera, utilizó la mayéutica como método para
preguntar. En los diferentes relatos sobre la vida y obra sistematizados por
Platón (Sócrates al igual que Jesús el Cristo no escribieron nada), éste último (Platón)
revela el protagonismo de los jóvenes en sus diferentes diálogos. Tras la derrota
de Atenas a manos de Esparta, Sócrates –a quien lo relacionaban con Alcibíades,
vencedor de Atenas- fue juzgado y acusado de “no honrar a los dioses que la ciudad honra, de proclamar otros, y de corromper a la juventud…” y
condenado a beber la cicuta. Para Aristóteles el joven era visto como un ser
inexperto y poco apto para aprender, susceptible a las pasiones, cambiante y
poco serio. Friedrich Nietzsche concebía la juventud como el futuro y la
posibilidad de cambiar. Ludwig Wittgenstein se refería a la filosofía como una
disciplina que deforma a la juventud. Para nuestra sociedad la juventud es un
problema de “viejos”.
Los políticos ven
en los jóvenes un caudal de energía que se traduce en “el motor de la maquinaria electorera y proselitista”. En otras
palabras, para la clase política de este país -indistintamente del partido- la
juventud es vista únicamente para fines utilitarios: no son considerados como parte
del pueblo sino como masa, a la que pueden
manipular. Al respecto José Ortega y Gasset, filósofo español del siglo pasado,
aborda diversos fenómenos sociales en su libro “La revolución de las masa”; en éste aborda la llegada de las masas al
pleno poderío social, las aglomeraciones de gente, la efervescencia que esto
conlleva y a partir de estos hechos, analiza y describe la idea de lo que llama
hombre-masa; para nuestro caso: juventud-masa.
Para los líderes
religiosos (sean estos sacerdotes o pastores) los jóvenes –por su naturaleza-
pertenecen al grupo de edad más difícil de retener en el “redil”. Bertrand
Russell sostiene en su texto: “Por qué no
soy cristiano” que la religión y la
pertenencia a un grupo religioso tiene más una inclinación de tradición más que
de convicción.
Respecto a esto
último y por estar abordando un tema muy delicado, posiblemente algunos/as
lectores –por no decirlo muchos/as- paren de leer el presente artículo. Aclaro
que no nos estamos refiriendo al ateísmo que es una cuestión diferente al
aconfesionalismo. Por ateísmo se entiende aquella doctrina u opinión que niega
la existencia de Dios, propia generalmente del materialismo y el mecanicismo.
En el sentido más amplio, el ateísmo es una actitud existencial que no reconoce
el valor de Dios. El aconfesionalismo es la no aceptación, no inclinación,
no profesión o no pertenencia a sectas o doctrinas religiosas. Muchos países del mundo, el caso de
Holanda, estiman que su población no profesa ninguna religión en un 33%.
El presente texto
pretende abonar o generar la discusión sobre temas tan sensibles que la
población vive pero no se atreve a abordar; considerados temas tabú o
“prohibidos”.
El problema de la
filosofía –en clave juvenil- es que ésta es muy abstracta, no se entiende y que
los profesores y profesoras de filosofía no saben explicarla bien, ni la
contextualizan en lenguaje para jóvenes. Algunos maestros inclinados en alguna
de las disciplinas de la filosofía reducen la ciencia totalizadora a una
disciplina; es decir si su apego es a la lógica su filosofía que enseña es un
logicismo, y así sucesivamente sucede con la epistemología (epistemologicismo),
ontología (ontologicismo), por citar algunas. La filosofía en lugar de generar
en la juventud esa capacidad de asombro, esa avidez por pensar y explorar los
diferentes problemas generacionales y de la humanidad, lo que produce es un
desarraigo, un desinterés, una resistencia para abordarla. Por ello se elogia
el gran esfuerzo del escritor danés Jostein Gaarder quien interpretó en lenguaje y estilo
literario juvenil la historia de la
filosofía compilada en su obra maestra “El mundo de Sofía”.
La clase
politiquera y sauria de este país se debate con discursos sin sentido (diciendo
una cosa y haciendo otra –pura verborrea-), hablando sobre la importancia de la
juventud en los diferentes procesos políticos, pero por otro les cierra las oportunidades
de asumir cargos de dirección. El hueso que ellos y ellas roen no puede ser
compartido con los demás, muchos menos con generaciones predecesoras.
Este escenario nos
lleva a una juventud nihilista; el nihilismo se entiende como la negación de
toda creencia y de todo principio, sea éste
religioso, político o social. La juventud de hoy día no quiere saber
nada de nada. Lo anterior se traduce en ignorancia o repelencia académica,
desinterés en temas políticos e inclinarse por pertenecer a alguna secta
religiosa. La juventud se debate
estudiando una carrera de pregrado por cinco o más años simplemente para no
encontrar trabajo. Para ella o para él este esfuerzo es un sinsentido. Por lo tanto todas estas
disciplinas son un sinsentido.
Lo que los jóvenes
ven – y por no decirlo también la adultez- son grandes contradicciones en la
práctica religiosa. Increíble les parece convivir en medio de iglesias,
capillas, catedrales y actos litúrgicos (eucaristías, cultos, vigilias,
procesiones, entre otros) y actos de violencia social. Incomprensible les
parece ver por todos lados sacramentos (signos y símbolos) que evocan, provocan
y convocan a conllevar una vida cristiana pero por otro lado observan la
hipocresía e irrespeto de éstos.
Ante este panorama
aterrador propongo a la juventud retomar
el método utilizado por la homilética (retórica que invita a la praxis social),
como una pedagogía y didáctica para la vida, cuyos pilares son:
1. Una
fundamentación totalizadora (para el caso de la filosofía); una formación
política cuyo soporte sea la memoria histórica; y una sustentación teológica
(para las vertientes religiosas).
2. Un apego al
contexto de realidad (aterrizar del cielo a la tierra, del Jesús histórico a
nuestras vidas, si nos decantamos por lo religioso) y
3. El magisterio de
la praxis (formarnos a través de la práctica).
Culmino esta
reflexión con un poema del escritor nicaragüense Rubén Darío, dedicado a la juventud.
Juventud, divino tesoro,
¡Ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro…
Y a veces lloro sin querer…
¡Mas es mía el Alba de oro!
Rubén Darío, “Canción de otoño en primavera”, Cantos de vida y esperanza, VI.
¡Ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro…
Y a veces lloro sin querer…
¡Mas es mía el Alba de oro!
Rubén Darío, “Canción de otoño en primavera”, Cantos de vida y esperanza, VI.
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