En las partes I y
II del presente artículo, publicados en las ediciones anteriores, pretendíamos dejar un claro mensaje a investigadores, autoridades y otros
funcionarios para que se haga una revisión de cómo, por qué y a través de qué
vías se cedió, concesionó, donó, se dio en calidad de pago, comodato, entre
otros, los diferentes terrenos a los que se hizo referencia y que en la
actualidad no son propiedad del Hospital Rosales. Asimismo desmitificar los
supuestos que anteriormente -y hasta hoy día- se han manejado en cuanto a que
Don José Rosales dejó en calidad de donación todas las parcelas de tierra
mencionadas y que están contemplados en su testamento; hemos visto que no fue así, ya que la mayoría de
propiedades fueron compradas en años posteriores a la fundación del Hospital
Nacional Rosales, posiblemente sí con dinero proveniente de la fortuna donada
por Rosales.
De lo que si hay
evidencia es de dos terrenos que fueron comprados por el citado filántropo (los
cuales aun se encuentran inscritos a
nombre de él) y que en la actualidad es donde está erigido el nosocomio que
lleva su nombre. De igual manera otros predios, que datan de 1888, y que fueron
obtenidos mediante un decreto de expropiación de inmuebles para la construcción
del Centro Médico Nacional. Es notorio que el Hospital Rosales experimentó un
crecimiento a través de los años en cuanto a la obtención de inmuebles, pero a
la vez una involución de la misma naturaleza porque se fueron perdiendo algunas
propiedades que han sido traspasadas a otras instituciones.
La reflexión que
también se hacía era si el sueño de José Rosales fue un acto meramente de
altruismo o fue resultado del proceso de secularización, donde en el siglo XIX
la iglesia católica -y muchos de sus feligreses- estaba perdiendo muchos privilegios de corte
económico y social, entre ellos expropiaciones y desplazamientos en lo
concerniente al sistema educativo (lo público lo asume el Estado y lo privado
las diferentes órdenes religiosas establecidas en el país) y administrativo
(régimen de cementerios, la inscripción de partidas de nacimiento y de
defunción; casamientos, entre otros). Tal hipótesis la formulo al no
encontrarle explicación alguna a lo documentado
en la declaratoria décima del
testamento del Sr. Rosales, el cual instituye como herederos sustitutos a los
pobres de Inglaterra de no hacerse
efectivo la construcción del nuevo hospital, habiendo en el país grandes cinturones
de miseria y de exclusión, especialmente de mestizos y la mal llamada población
indígena (ya Sheila Castellanos en su texto “Patología
de una nación” nos comenta que el siglo decimonónico se caracterizó por el
maltrato que se le daba al indígena; para expresarse a esta clase social se
hacía uso de términos peyorativos o despreciativos de corte médico como “gangrena”,
“enfermedad”, “cáncer”, “tumor”, “peste”, entre otros).
El ubicar el Hospital Rosales en los suburbios del poniente de la capital
obedecía a que, para ese entonces 1891, la normativa internacional declaraba
que los centros hospitalarios deberían estar en la periferia de las ciudades.
Sin embargo mucha gente criticaba el lugar seleccionado, pues en aquellos días
estos terrenos eran fincas de café “en
las faldas del volcán de San Salvador” y estaba lejísimos del centro de la
ciudad. No obstante a las críticas prontamente se levantaron los cimientos de
la nueva estructura, la cual estuvo a cargo del destacado maestro de obra de
Don Juan Azucena y dirigido por el prestigioso ingeniero Don Andrés Bertrand.
Algunas otras
remembranzas relacionadas con la historia de los servicios de salud en el país
que se destacan están: La inauguración del Hospital Benjamín Bloom -HBB- (para niños
mayores de dos años) el 6 de noviembre de
1928; la promulgación, en 1930, del nuevo Código de Sanidad; la apertura de la
25 avenida en 1936 (que le dará mayor conexión al Hospital Rosales). Para este mismo año las
Alcaldías destinan 5% del presupuesto a higienización y saneamiento. El 14 de octubre de 1946, se crea mediante
Decreto de Asamblea Legislativa, el Ministerio de Salud Pública y Asistencia
Social. En 1948 el primer ministro de salud fue el Dr. Eduardo Barrientos. El
14 de julio de 1943, se funda el Colegio Médico de El Salvador, presidido por
Dr. José Mendoza.
El 28 de septiembre de 1949 se decretó la
primera Ley del Seguro Social (decreto 329), casi dos meses después (23 de
diciembre) se crea el Instituto Salvadoreño del Seguro Social -ISSS-.
Ya para 1953 el sistema de salud contaba
con 22 hospitales generales y un
consolidado de más de tres mil camas; estaban habilitados los servicios de
medicina, cirugía y maternidad; los niños y niñas estaban hospitalizados en las
mismas salas de hombres y mujeres;
algunos hospitales contaban con salas especiales para niños, hasta los
diez años. El HBB (ubicado en el
edificio Bloom de la calle Arce) dispone de 125 camas. Los médicos, dentistas,
enfermeras y personal auxiliar están mal distribuidos: Del total de 300 médicos
en todo el país, 250 practican medicina; los 50 restantes se dedican a labores
administrativas; el 60% de galenos viven en la capital; 14% en Santa Ana y el
resto estaba diseminado en las ciudades más importantes del país.
El proyecto de constitución del Centro Médico
Nacional sufre una nueva fractura cuando en 1962 se decide trasladar el
Hospital Pediátrico Benjamín Bloom al
final de la Avenida Universitaria, entre el
Bulevar Juan Lindo [hoy Bulevar “Los Héroes” (de la guerra contra
Honduras en 1969 o de las 100 horas)] y la 25 Avenida Norte. Parte de lo que
hubiese sido el Centro Médico Nacional lo constituiría el hospital “La Merced”,
en esa época propiedad de don Orlando De Sola padre, situado sobre la 25 Avenida Norte y Calle Arce.
Ya Michel Foucault, filósofo francés del
siglo pasado, haciendo referencia a la enfermedad y a los hospitales comentaba
que el tratamiento de cualquier patología es en el hogar, ya que éste es la
génesis de la familia. La creación de los hospitales va contra esa naturaleza.
Pero para subsanar esta situación, los
médicos de vocación -y no de profesión- deben ponerle sensibilidad y
humanización a estos complejos sanatoriales.
El Hospital Rosales es, en realidad, una ciudad centenaria con vida propia que cuida
de la salud de nuestro pueblo.
Finalizo remarcando que queda un enorme reto para las autoridades
sanitarias el generar un proceso sistemático mediante el cual se logre
(re)inventariar las propiedades del Hospital Rosales; reunir dichos inmuebles mediante escritura
pública; recuperar las propiedades pendientes de legalizar a nombre de la
institución y reevaluar, si es necesario, sus instalaciones mediante la
información recabada.
Fotografías cortesía de Luís Regalado, técnico en audiovisuales del MINSAL.
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